¿La escuela actual fomenta o limita la verdadera autonomía del aprendizaje? Una reflexión desde las ideas de Iván Illich.

 

Iván Illich, filósofo y crítico social, planteó en su obra La sociedad desescolarizada (1971) una perspectiva controvertida respecto al sistema educativo tradicional. En su visión, la educación formal no es necesariamente sinónimo de aprendizaje genuino, sino que a menudo se convierte en un instrumento de control social que limita la autonomía personal y perpetúa desigualdades existentes.

En primer lugar, Illich critica duramente el sistema escolar por considerar que éste confunde la obtención de diplomas y títulos con la posesión efectiva de conocimientos. La sociedad actual, argumenta Illich, da demasiada importancia a la acreditación formal, olvidando que muchos aprendizajes valiosos se desarrollan fuera de los contextos escolares tradicionales. De esta manera, según Illich, la escuela reduce la autonomía personal al imponer qué y cómo debe aprender cada individuo, ignorando sus intereses o motivaciones intrínsecas.

Frente a esto, Illich propone un modelo alternativo basado en "tramas de aprendizaje" (redes descentralizadas) y en el uso de "tarjetas de educrédito" que permitirían a cada persona acceder a recursos educativos de manera autónoma, libre y personalizada. Esta propuesta busca empoderar al individuo, reconociendo su capacidad de autodirigirse y escoger los aprendizajes según sus propias necesidades e inquietudes.

Desde mi punto de vista, esta propuesta tiene aspectos muy positivos. La autonomía educativa, tal como la entiende Illich, permite reconocer el valor del aprendizaje autodidacta y diversifica los caminos posibles hacia el conocimiento. Además, rompe con la idea restrictiva de que sólo es válido el aprendizaje que ocurre dentro de las instituciones formales.

Sin embargo, también encuentro algunos límites significativos en esta visión. La escuela, más allá de los contenidos académicos, cumple un rol fundamental en la socialización y en la transmisión de valores esenciales para la convivencia en sociedad. En un sistema completamente desescolarizado, existe el riesgo de fragmentar la cohesión social y limitar el contacto con la diversidad de opiniones y experiencias que aporta el contexto escolar.

Asimismo, un modelo totalmente autónomo podría desatender las necesidades reales del mercado laboral, generando una saturación de ciertos conocimientos mientras otros quedan relegados. Además, muchas personas dependen de la estructura educativa formal como único medio viable para acceder a oportunidades reales de desarrollo personal y profesional, especialmente en sectores vulnerables.

En este sentido, pienso que la visión radical de Illich nos invita a una reflexión necesaria sobre la función actual de las escuelas, pero no necesariamente a su abolición. Lo óptimo sería avanzar hacia un equilibrio, potenciando la autonomía del aprendizaje dentro del marco institucional, flexibilizando los currículos y reconociendo las diversas formas de aprender que van más allá de las paredes del aula.

En conclusión, las ideas de Iván Illich son valiosas en cuanto permiten cuestionar y repensar críticamente nuestro modelo educativo actual. No obstante, para lograr una educación más inclusiva, justa y significativa, más que eliminar las instituciones educativas, debemos transformarlas desde dentro, generando espacios auténticos de autonomía, creatividad y diversidad.


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